La verdad es que se está calentito aquí, creo que me quedaré
en este sitio hasta que llegue la comida. Aunque voy a ahuecar un poco el
cojín, primero por aquí… un poco más, y ahora otro poco por aquí, ¡vaya! Se me
ha enganchado una uña ¡¡¡mierda que no se suelta!!!, ¡¡Ya!!, ¡Al fin!. Creo que ya está el sitio lo
suficientemente cómodo para mí. Ahora solo falta un breve baño antes de la
siesta. Esta es una de las cosas a las que aun no me he acostumbrado de ser
gato. Aunque reconozco que me encanta especialmente lamerme las pelotas, cuando
era humano no me podía ni rascar con la mano así que esto, creedme es un gran
alivio. Pensaréis vaya asco verdad?
Bueno supongo que en mi nueva vida como gato, tengo menos escrúpulos. El caso
es que me da un gustirrinin especial cuando me aseo ahí, jejeje.
Pero lo que es lamerme todo el cuerpo y llenarme la boca de
pelos, para nada me gusta, pero así es la vida gatuna, tengo que bañarme a cada
instante, creo que siendo humano no me bañaba tanto. Siempre tengo que estar
sacando la lengua y dándome un repasito, después de tomar el sol, después de
que me toquen los niños de la casa, después de retozar un rato en el tejado, o
por supuesto, antes de dormir nada más relajante que un bañito. Todo un ritual,
mordisqueándome donde me pica, que generalmente suele picarme en todas partes
con tanto pelo, o pasándome las garras por las orejillas.
Vaya que sueño me está entrando así a lo tonto…, mientras
termino de lamerme os cuento como empezó todo. Aunque en realidad no recuerdo
mucho, solo que me llamaba Manolo y era camionero. No me dió tiempo a tener
crías, perdón a tener hijos pues morí joven, aunque no recuerdo que paso
exactamente, un día cerré los ojos siendo humano y los abrí, bueno empecé a
sentirme de nuevo vivo en el cuerpo de un pequeño gatito. Al principio estaba
muy asustado, no podía ver y no entendía nada de lo que me estaba ocurriendo,
hasta que sentí cerca de mí la calidez protectora de mi madre gatuna. Me
enganché a una de sus mamas y no me separé de ella hasta que me echó a patadas
casi.
Mientras mi cuerpo continuaba su crecimiento mis sentidos se
iban abriendo a mi nueva vida, mis nuevos y numerosos hermanos, tan ruidosos e
incansables siempre andaban alrededor mordiendo y saltando sobre mí. Yo los
miraba con cara de “tío vamos no me jodas”, pero me daba la impresión que nunca
captaron el mensaje pues hasta que nos separaron siguieron jodiendo mientras yo
me dedicaba a mi pasatiempo favorito que era dejar a mi madre seca. Creo que
fui el último en aprender a caminar, aunque tampoco tenía mucho interés en
hacerlo. Coordinar cuatro patas con su propia independencia no es lo mismo que
arrastrar las dos piernas como hacía en mi otra vida. Pfff prefiero no
recordarlo de nuevo.
El caso es que al final me entregaron a esta familia de
humanos, no he vuelto a ver a los demás ni a mi madre, pero la vida de un gato
es así, supongo. Mi familia humana se porta bien conmigo, demasiado bien.
Muchas y abundantes comidas, veterinario
y peluquería una vez cada dos meses y me dejan hacer lo que yo quiera todo el
día, los niños no son demasiado salvajes, aunque me molesta sobremanera que
estén todo el rato ahí mirándome, a veces opto por enrollarme sobre mi mismo
dándoles la espalda y haciéndome el dormido, pero ¡no captan el mensaje!
Estoy engordando, me cuesta llegar a las pelotas… bueno que remedio, me llega el sueño y no
tengo ganas de más. Si no os importa, nos vemos en otro momento y seguimos
hablando. Pero bueno ¿no veis que me he dado la vuelta? ¡Anda ahuecando el ala! ¡Pfffff!
"solo que me llamaba Manolo y era camionero"
ResponderEliminar¡¡jajaja!! ¡¡qué guasona!!
Simpático el relato, jeje