miércoles, 17 de octubre de 2012

Bastian el duende Granadino



Bastián, el duende granadino.
La niña abrazaba impaciente el cojín púrpura, mientras que balanceaba sus piernecitas en el aire, pues no alcanzaba el suelo desde el sillón donde estaba sentada, para su edad era una chica bajita aunque bien formada, y de aspecto sano. Tenía los ojos negros, vivos y  brillantes como una noche de luna llena
que miraban a su abuelo, situado a su lado implorando las respuestas a las preguntas que bullían en su interior. El abuelo tenía en la mirada toda la serenidad de aquellas personas que lo han visto todo y no desean ver más.
-Abuelo, ¿porque en el norte hay hadas, duendes, elfos, ogros y gnomos, y aquí en el sur no hay nada fantástico?
-Bueno, quizá sea porque no les gusta  el calor, aunque una cosa tengo que advertirte, que no sean tan famosos como los seres celestiales del norte, no quiere decir que no los haya aquí, de hecho cuando yo era pequeño mi abuela solía contarme la historia de Bastián el duende del Albaicín.
-¿Qué?- exclamo asombrada Clarita- ¡Anda ya abuelo, eso sí que no me lo creo¡ ¿Un duende en el Albaicín? ¡Pero si en el Albaicín lo único que hay son cuestas y casas viejas!.
-Ay Clarita, Clarita, ¿cuantas historias te he contado de los duendes de mi tierra?, donde nací yo por que mí padre era Asturiano, ¿cuántas historias Clarita?
-Miles abuelo.
- ¿ Y que te dije yo que era el lugar favorito para la mayoría de los duendes?
- Las casas viejas abuelo...
-Pues sí mi niña, pues aquí en el sur también hay duendes, aunque yo no los conozco todos, pero si que recuerdo como mi abuela me hablaba del Martinico o del Padre Piñote, también granadinos el Martinico prefiere los sitios húmedos para pasar el rato, como los toneles y el Padre Piñote se paseaba por las noches
armando jaleo por dondequiera que iba. Aunque a mí quien más me gustaba era Bastián, porque según me contaba mi abuela era un duende filosofo y pensador, y gustaba de mediar en las peleas entre los vecinos porque era un amante de la paz, aunque una vez a unos vecinos no les gustó que se metiera en sus asuntos y
lo arrojaron a un pozo, el pobre Bastián quedó cojo para siempre. No sé si sabrás que quiere decir filosofo, bueno creo que ni yo mismo lo sé, podría decir que es alguien que piensa tanto algunas cosas que consigue volvernos locos a los demás con sus teorías, aunque no siempre los filósofos son tan rebuscados, a
veces ayudan al hombre a entender mejor el mundo donde vivimos. Pues Bastián es así, un duende culto inteligente, al que le gusta leer todos los libros que encuentra en su camino, y por eso  va de una casa abandonada a otra en busca de nuevos libros para leer, a veces también se pasea por las bibliotecas a
horas en las que no suele haber nadie, porque no le gusta que le distraigan de su lectura.
- Abuelo, ¿Bastián es un duende malo, travieso?
- Es bueno Clarita, además como te dije le gusta la paz y la tranquilidad. Hace unos años, en un edificio de la calle  Mesones, ocurrieron unos hechos muy extraños incluso alguien dijo que había sido mordido por un ser invisible, pero que le había dejado las marcas de sus dientes en uno de sus dedos. Alguien
hablo de Bastián, pero yo no creo que fuese él, Bastián es un ser pacifico y no rehuye a la gente sino que la gente huye de él porque dicen que es feo.
- ¿Todos los duendes son feos abuelo?
- Pues creo que los duendes sí, aunque en realidad no son feos como nosotros creemos,  sino que son completamente  diferentes a nosotros y por eso nos extraña su aspecto, pero supongo que lo mismo les pasará  a ellos cuando nos ven. Aunque creo que los elfos, son digámoslo así “guapos” pues son como las
hadas, de cabellos brillantes y ojos muy claros. Mira Clarita, mira la hora que es y tú aun despierta creo que deberías  irte a dormir antes de que lleguen tus padres.
- Pero abuelo yo ya soy mayor, tengo 10 años puedo quedarme despierta hasta muy tarde, además me gusta que me cuentes historias- le protestó compungida la niña, aunque a duras penas podía evitar los bostezos.
- Clarita, yo siempre estaré aquí para contarte mis historias cuando tu quieras, pero hay otras historias más bonitas que las mías que solo tú puedes contarte a ti misma, que solo tú puedes imaginar cada noche cuando cierras los ojos en tu cama. Solo tú puedes soñar miles de historias hermosas, por eso, porque merece
la pena sumergirse en el mundo de los sueños y además porque se te cierran los ojillos de lo cansada que estás es el momento de que te vayas a dormir.
Habían pasado cinco años desde la muerte de su abuelo y Clarita aún seguía recordando esa conversación como si hubiera ocurrido la noche anterior. Al poco rato de quedarse dormida, sus padres habían llegado de la cena de negocios a la que habían acudido, y el abuelo se despidió para dirigirse a su casa
en el otro extremo de la ciudad.  Nunca más volvieron a verle, pues quizá vencido por el sueño su coche se empotró contra un semáforo al final de una calle empinada. Cuando Clara despertó a la mañana siguiente supo la terrible noticia, para sus padres era una chica mayor perfectamente capaz de asumir la muerte de un ser querido, pero no de ese ser querido pensó Clara. Desde entonces nunca volvió a ser la misma niña, fue como si madurara de pronto. Ya no volvió a leer cuentos, ni volvió a jugar con las muñecas que representaban a las princesas de su imaginación. Tampoco volvió a sonreír o al menos nadie volvió a verla esbozando una sonrisa. Se convirtió en una mujercita seria, silenciosa y huidiza.
Tan solo una cosa no había cambiado para Clarita, sus sueños, su único refugio donde cada noche encontraba a su abuelo dispuesto a contarle una nueva historia de duendes, de elfos y hadas.  Pero no estaba solo, pues cada noche Clarita encontraba a un amigo con quien vivir miles de aventuras, Bastián el
duende. El mismo que entró en el mundo  de sus sueños la noche en que su abuelo falleció. Y cada noche el abuelo contaba una historia, y Clara y Bastián juntos emprendían mil aventuras salidas de la voz del abuelo. Pero al despertar Clara volvía a su tristeza y a su silencio. Pero no siempre los sueños de Clara eran agradables o fantásticos, aunque sus padres no le habían hablado de cómo ocurrió el accidente de su abuelo, a veces soñaba con ese fatídico momento. Se veía dentro del cuerpo de su abuelo, siendo los ojos de este los que miraban al frente al andar, pero siendo  Clara la que experimentaba las sensaciones durante
el trayecto que lo condujo hasta su muerte. Unos pasos para acercarse al coche y después la noche que lo envolvía todo y la luna menguante lejos, demasiado lejos para iluminar la carretera o para evitar que los  ojos se cerraran por el sueño. Y después el miedo, un miedo lacerante que cortaba la respiración de la chica y que la obligaba a salir huyendo  del sueño, a despertar violentamente agitada entre convulsiones, otras veces oía la voz de su abuelo llamándola muy lejos, con desesperación. Ella sabía que fue la última persona que pasó por la mente de su abuelo antes de morir, y que se fue preocupado por no poder cumplirle la promesa de permanecer a su lado para siempre y contarle historias sobre duendes y hadas, por eso lo veía cada noche en sueños así aunque fuera de aquella manera permanecía cerca y formaba parte de esas historias.
Era la noche de San Juan, la noche más corta del año, la noche de las brujas, la noche mágica. Todo el instituto hervía de excitación, pues los chicos preparaban pequeñas fiestas en torno a las hogueras de su barrio donde reunirse para quemar en el fuego las cosas malas ocurridas en el año y refrescarse y renovarse
con el agua cristalina que unos a otros se arrojarían. Nadie invitó a Clara a ninguna de las reuniones, nadie se fijaba en ella salvo si estaban a punto de chocar con ella en el pasillo. Pero tampoco ella los necesitaba, esas fiestas para ella solo eran una excusa para armar jaleo y escándalo hasta altas horas de la noche. Y sin embargo no pudo evitar estar nerviosa mientras se acercaba la “hora bruja”. Por suerte cerca de su casa habían preparado una hoguera, y entre el alboroto y la confusión se acercó hasta el lugar. Estaban a punto de tocar las campanas de la media noche y la algarabía aumentaba por momentos, la gente se acercaba con recipientes llenos de agua, y Clara sintió miedo. Las campanadas sonaron al fin desde una iglesia cercana, lentamente todo lo que rodeaba a Clara fue cambiando de aspecto, las mujeres se transformaron en brujas que bailaban en una alocada danza sinfín, los hombres se transformaron en duendes que la miraban traviesos bajo las pobladas cejas de su rostro, y los niños se transformaron en elfos y hadas. También había faunos, trolls, enanos y una multitud de criaturas fantásticas y de entre esa multitud surgió una figura conocida por Clara, la de Bastián que se acercaba a ella con su característica cojera y la tomo de la mano mientras la alzaba por encima de las cabezas de los seres fantásticos que danzaban en torno a la hoguera.
-Esta noche es mágica Clara, vamos a ir a sitios donde nunca antes habías ido. Verás cosas que nunca hasta ahora habías visto. Esta noche se harán tus sueños realidad.
Pero cuando Bastián la depositó con cuidado en el suelo de uno de los patios de la Alhambra Clara protestó:
-Yo he estado aquí antes, y varias veces no me estas enseñando nada que yo no conociera.
-¿Estás segura de que has visto este lugar antes Clara?- le contestó Bastián- fíjate bien.
Clara miró a su alrededor, la luz de la luna bañaba todo lo que alcanzaba a ver, produciendo maravillosos claroscuros, los sonidos del agua en las fuentes producían una música que nunca antes ella había escuchado, y de entre las enigmáticas sombras comenzaron a surgir formas fantasmales, sultanes, princesas, visires, guerreros de otros tiempos comenzaron a llenar el patio. Clara asustada intentó huir, pero estaba rodeada entonces Bastián la cogió de la mano,
-No tengas miedo- le dijo –observa. Ninguno de los fantasmas parecía reparar en ella, al contrario andaban caminaban y actuaban como si estuvieran vivos, como si más de quinientos años de historia no hubieran pasado por encima de ellos. Clara observó como la vida  acontecía entre esos muros mucho tiempo
atrás. Y ya no sintió miedo sino que  deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, una princesa mora pretendida por algún apuesto capitán o una odalisca danzando en los salones de la Alhambra.
- ¿Ves Clara? ¿seguro que nunca antes habías visto este sitio? al menos no como lo estás viendo ahora. La despertó de su ensimismamiento Bastián. Y no, nunca había visto la Alhambra de esa manera, tan mágica tan irreal, como en un sueño de otros tiempos.
De nuevo la cogió de una mano y se alzaron hasta el cielo, la llevó hasta un bosque no muy lejano, y de nuevo la depositó en el suelo. Todo estaba en silencio, y bañado por la gélida luz de la luna llena, sus rayos se adherían a los árboles abrazando su corteza y dotándoles de un aspecto fantasmal.
-Observa atentamente Clarita- le dijo Bastián.
Y ella así lo hizo, al poco rato los árboles comenzaron a moverse, al principio casi imperceptiblemente pero después casi a sacudidas comenzaron a desperezarse y a desenterrar sus raíces de la tierra donde las tenían clavadas, de pronto unos sonidos extraños comenzaron a llenar el ambiente, como quejidos lejanos. Bastián le dijo que los árboles estaban hablando entre sí, pero que ellos no los podían entender. Una extraña luz surgió de repente, un resplandor verdoso se acercaba por momentos al  lugar donde estaban, poco a poco una figura femenina de corta estatura se  fue recortando en la luz, una hermosa muchacha de largos cabellos verdes y vestida de hojas, era la que desprendía esa luz.
-Es el hada del bosque Clara- le dijo Bastián.
 La muchacha caminaba entre los árboles casi levitando, sin apenas tocar el suelo. De vez en cuando se detenía ante la llamada de algún árbol y conversaba con él un buen rato. Según  le contaba Bastián, los  árboles presentaban sus quejas al hada, sobre lo difícil que era ser árbol en estos tiempos con tanta contaminación, y las inoportunas visitas de los excursionistas desconsiderados.
Cuando llevaban largo rato observando esa especie de consejo en el bosque, Bastián la cogió de nuevo de la mano y por los aires emprendieron el regreso a la ciudad. La hoguera seguía ardiendo, y los fantásticos seres que habían dejado bailando junto a ella aún seguían a su alrededor. Solo que esta vez había alguien
más con ellos, el abuelo de Clara, la muchacha se sintió  extraordinariamente feliz de poder compartir aquella noche tan maravillosa con la persona que más había querido, lo abrazó con todas sus fuerzas como queriendo cerciorarse de que no era solo un sueño como tantos otros y agradeciendo que aunque fuera
solo por aquella noche, pudiera sentir el cuerpo de su abuelo entre sus brazos, en su corazón se rompieron mil cadenas de tristeza que lo habían tenido aprisionado durante mucho tiempo, lágrimas de felicidad comenzaron a rodar por sus mejillas al tiempo que una radiante sonrisa aparecía en sus labios. Y juntos bailaron alrededor de la fogata hasta que la muchacha quedó exhausta.
Pero la noche de San Juan es la más  corta del año, y casi sin que se dieran cuenta los primeros rayos del sol empezaron a surgir por el este. Cuando la luz del sol aparece la magia de la noche desaparece y todas las criaturas fantásticas comenzaron a tomar de nuevo aspecto humano. Clara se despidió de Bastián, y
abrazó por última vez a su abuelo. Este cogió el rostro de su nieta entre sus manos y mirándola fijamente a los ojos le dijo:
-Te prometí que siempre te contaría historias, pero ha llegado la hora de que tú sola inventes tus propias historias, sé que podrás hacerlo. A partir de ahora no me verás más en tus sueños, pero no llores pues siempre estaré cerca de ti. Sueña Clara, y cuenta esas historias a la gente que no puede imaginárselas.
Siempre tendrás un duendecito filosofo y  culto que te ayude a escribirlas, ya sabes Bastián estará donde haya un libro. Adiós mi niña.
Desde esa mañana Clara volvió a sonreír, porque cada noche esperaba con ansia que la venciera el sueño para soñar historias maravillosas que al día siguiente volcaba en un papel, y siempre que no lograba encontrar una palabra traviesa o no podía encajar una expresión, llamaba al duende Bastián que la ayudaba. Pues Bastián es un duende muy culto e inteligente, es un duende filosofo como le decía su abuelo.

1 comentario:

  1. ¿Asi que es un duendecillo el que te inspira para escribir estas delicias?? Ya me parecía a mí que tú tenías enchufe en alguna parte, ¡jejeje!!
    ¡¡Qué tiernoooo!!!

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