martes, 15 de mayo de 2012

El color del cristal


Transcurría avanzada la mañana cuando la asistenta traspasó la puerta de la calle rumbo al supermercado para hacer la compra diaria. El esperado y puntual portazo había llegado por fin y ya se encontraba a solas en su casa. Su casa tan vieja y recargada como ella, recargada de arrugas y recuerdos… de voces fantasmales que regresaban una y otra vez del pasado para recordarle los mejores y peores momentos vividos. Momentos que se quedaron impregnados en las paredes de la vivienda,  en su piel decrepita y en su corazón cansado.
Se levantó a duras penas de la cama, a veces quería creer que todavía era ágil como cuando tenía 20 años y bajaba de tres en tres las escaleras del edificio por que fuera le estaban esperando sus amigas, o como cuando quería distraer a aquel amor de juventud del que aun recuerda el calor de sus besos y su olor a urgencia, e  intentó alejarse de él girando como una peonza alrededor de aquella habitación que ya no recuerda donde estaba.
Los recuerdos a veces son juguetones, se esconden entre los rincones de la mente esperando que vayas a buscarlos, pero muchas veces te pierdes por el camino y ruegas que alguien vaya a buscarte a ti. Entonces te aferras al primer recuerdo que se muestre dócil y te haga sentir a flote todavía. Su olor… aún cerraba los ojos y podía aspirar esa profunda llamada….
Hacía mucho tiempo que le daba miedo mirarse al espejo,  tanto tiempo como  tiempo tenía ese mueble tocador… o casi. Era un regalo de su madre, una herencia más concretamente… de niña se pasaba las horas eternas frente a él jugando a maquilarse como las mujeres mayores… de jovencita ya no era un juego y sin embargo siempre prefirió ese espejo y ese mueble tocador al que tenía en su propia habitación. Era como si su reflejo ahí fuera mágico, más alto o más maduro según sus sueños en cada caso, cuando era niña se veía mujer, cuando era adolescente se veía más alta, cuando aquel hombre empezó a cortejarla se imaginaba más sensual hasta que sus besos le descubrieron donde se encontraba su femineidad….



Ahora, ¿que le mostraría aquel espejo?  Hacía mucho tiempo que no quería mirarse en el espejo, hacía muchísimo tiempo que el mueble tocador no contenía maquillajes, perfumes u otros potingues, sino solo medicinas, ungüentos y demás herramientas engrasadoras de la maquinaría obsoleta en que se había convertido su cuerpo.  Se acercó lentamente a él, despacio entre el miedo y la misma lentitud del dolor de seguir viviendo, se despojó del camisón que cayó vencido a sus pies, trató de no tropezar con él, se situó frente al espejo y miró…
Seguía siendo un espejo mágico, allí no había arrugas, no había manchas ni cabellos encanecidos… no había pasado sino un futuro. Unos ojos color avellana se miraban mientras unas manos pequeñas y precisas dibujaban con el lápiz a su alrededor,  unos labios suaves y carnosos recibían la aromática caricia del carmín, unas mejillas realzaban su sano rubor con los polvos del colorete.  Una larga y castaña melena se derramaba por una espalda sinuosa después de ser cuidadosamente cepillada.
Era aquella noche, eran aquellos nervios, eran aquellos labios los que la cubrieron de besos al tiempo que otras manos fuertes y decididas la desvestían despacio…
Y se vio como la vio él aquella primera vez, y lloró por haber perdido aquel abrazo, aquel olor, aquel compañero de su vida. Cuando la asistenta la encontró, estaba en el suelo de la habitación desnuda y fría como el hielo…  Se culpó por no haber estado presente cuando la anciana la necesitó. Pero si apenas había estado fuera media hora, se dijo.
Ni ella ni nadie se pudieron explicar, por que el cristal del espejo del mueble tocador estaba roto en mil pedazos.

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