Transcurría avanzada la mañana cuando la asistenta traspasó
la puerta de la calle rumbo al supermercado para hacer la compra diaria. El
esperado y puntual portazo había llegado por fin y ya se encontraba a solas en
su casa. Su casa tan vieja y recargada como ella, recargada de arrugas y
recuerdos… de voces fantasmales que regresaban una y otra vez del pasado para
recordarle los mejores y peores momentos vividos. Momentos que se quedaron
impregnados en las paredes de la vivienda,
en su piel decrepita y en su corazón cansado.
Se levantó a duras penas de la cama, a veces quería creer
que todavía era ágil como cuando tenía 20 años y bajaba de tres en tres las
escaleras del edificio por que fuera le estaban esperando sus amigas, o como
cuando quería distraer a aquel amor de juventud del que aun recuerda el calor
de sus besos y su olor a urgencia, e intentó alejarse de él girando como una peonza
alrededor de aquella habitación que ya no recuerda donde estaba.
Los recuerdos a veces son juguetones, se esconden entre los
rincones de la mente esperando que vayas a buscarlos, pero muchas veces te
pierdes por el camino y ruegas que alguien vaya a buscarte a ti. Entonces te
aferras al primer recuerdo que se muestre dócil y te haga sentir a flote
todavía. Su olor… aún cerraba los ojos y podía aspirar esa profunda llamada….
Hacía mucho tiempo que le daba miedo mirarse al espejo, tanto tiempo como tiempo tenía ese mueble tocador… o casi. Era
un regalo de su madre, una herencia más concretamente… de niña se pasaba las
horas eternas frente a él jugando a maquilarse como las mujeres mayores… de
jovencita ya no era un juego y sin embargo siempre prefirió ese espejo y ese
mueble tocador al que tenía en su propia habitación. Era como si su reflejo ahí
fuera mágico, más alto o más maduro según sus sueños en cada caso, cuando era
niña se veía mujer, cuando era adolescente se veía más alta, cuando aquel
hombre empezó a cortejarla se imaginaba más sensual hasta que sus besos le
descubrieron donde se encontraba su femineidad….
Ahora, ¿que le mostraría aquel espejo? Hacía mucho tiempo que no quería mirarse en el
espejo, hacía muchísimo tiempo que el mueble tocador no contenía maquillajes,
perfumes u otros potingues, sino solo medicinas, ungüentos y demás herramientas
engrasadoras de la maquinaría obsoleta en que se había convertido su cuerpo. Se acercó lentamente a él, despacio entre el
miedo y la misma lentitud del dolor de seguir viviendo, se despojó del camisón
que cayó vencido a sus pies, trató de no tropezar con él, se situó frente al
espejo y miró…
Seguía siendo un espejo mágico, allí no había arrugas, no
había manchas ni cabellos encanecidos… no había pasado sino un futuro. Unos
ojos color avellana se miraban mientras unas manos pequeñas y precisas dibujaban
con el lápiz a su alrededor, unos labios
suaves y carnosos recibían la aromática caricia del carmín, unas mejillas
realzaban su sano rubor con los polvos del colorete. Una larga y castaña melena se derramaba por
una espalda sinuosa después de ser cuidadosamente cepillada.
Era aquella noche, eran aquellos nervios, eran aquellos labios los que la cubrieron de besos al tiempo que otras manos fuertes y decididas la desvestían despacio…
Era aquella noche, eran aquellos nervios, eran aquellos labios los que la cubrieron de besos al tiempo que otras manos fuertes y decididas la desvestían despacio…
Y se vio como la vio él aquella primera vez, y lloró por
haber perdido aquel abrazo, aquel olor, aquel compañero de su vida. Cuando la
asistenta la encontró, estaba en el suelo de la habitación desnuda y fría como
el hielo… Se culpó por no haber estado
presente cuando la anciana la necesitó. Pero si apenas había estado fuera media
hora, se dijo.
Ni ella ni nadie se pudieron explicar, por que el cristal del espejo del mueble tocador estaba roto en mil pedazos.
Ni ella ni nadie se pudieron explicar, por que el cristal del espejo del mueble tocador estaba roto en mil pedazos.
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