Cada
persona es un mundo... o eso dicen. Un recipiente o
matraz alquímico en el que se van añadiendo ingredientes
con el pasar del tiempo.
Al principio se
añaden los genes que nos otorgan los progenitores, que a su vez ellos han
recibido de sus antecesores, el color del pelo, de los ojos, los gestos, el
carácter... se mezclan y combinan en curiosas proporciones y dan como resultado
un individuo totalmente especial.
Después ese ser
comienza a crecer y vivir, absorbe de las cosas que le rodean
sensaciones, experiencias, enseñanzas que van depositándose en el matraz una
tras otra dando color y matices a la mezcla. Los miedos, las vilezas oscurecen
el resultado, los afectos, los valores, las ilusiones y alegrías le aportan
luminosidad y color.
Siempre cambiando,
siempre en continua transformación...
A
veces sucede que la mezcla se agita con la prisa por vivir, por recibir lo que
nos pueda aportar cualquier experiencia, otras el liquido alquímico se
apacigua, se ralentiza cuando recoge lo que le aporta la serenidad de la
madurez. Pero nunca deja de estar en continua transformación y mezcolanza.
Sucede
que me miro y me pregunto qué cosa o qué situación han contribuido a hacer la
mezcla tan inestable que soy yo. Miro atrás al pasado y busco situaciones que
justifiquen mi inseguridad, mis celos, mi egoísmo, mi desconfianza. Desprecios de la gente, falsas sonrisas, ese despectivo calificativo en mal momento. Busco
también que otros momentos o dichosos genes he recibido para lo bueno que hay
en mí. Es entonces cuando me pregunto ¿porque esta mezcla es tan oscura, porque
es tan venenosa para mí?. ¿Cuándo
alcanzare la serenidad que apacigüe mis ansias, cuando encontraré el bálsamo
que calme mis mareas?..
Supongo
que como siempre, desde tiempos inmemoriales, la alquimia ha sido un gran
enigma para el ser humano.
Un poquito de nuez moscada, para repartir el aroma de esa maravillosa receta y que te empeñas en que sepa amarga.
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