martes, 15 de noviembre de 2011

La carta

Cuando leas esto, querido Vladimiro estaré muerta. Siempre se ha hablado de la cobardía ante el suicidio, o de la valentía según se mire. Llámame cobarde si quieres…
Pasaran los días y no te acordarás de mi, ni de mis tontas lágrimas clamando por tu cariño, ni mis intentos desesperados por un abrazo. Aunque quisiera pensar que cuando luzca el sol, cuando el cielo azul te invite a caminar descalzo por el verde césped de un parque, recuerdes aquellas tardes en que te morías de risa ante mis ocurrencias. O cuando temblando emocionado terminabas de leer uno de mis relatos y me mirabas sorprendido. Siempre me lo dijiste… “eres capaz de hacer magia con todo lo que haces,  si tan solo creyeras un poco más en ti misma”
Cuando escribía este relato… me da aún pavor llamarlo el último. Este penúltimo relato, (mis manos tiemblan sintiendo como las palabras fluyen desde mi corazón hasta el teclado). Cuando lo escribía, pensando en ti imaginaba que aún tus ojos se posaban en los míos, que aún tenía tu admiración prendada a mi pecho. Pero como todo, como cada mirada que me he cruzado en esta vida, no estaban ahí cuando la soledad me invadía. Quizás me equivoqué, no, sé que me he equivocado siempre. Que he caminado siempre por un camino distinto, que he mirado siempre a través de un cristal. Que queriendo protegerme del dolor he causado más dolor del que hubiera querido.
A veces imaginaba que solo con intentar enseñar la luz de mi corazón iba a descubrir lo bonito de esta vida, que mi persona merecía más de lo que estaba recibiendo. Pero no fue así, y aún no entiendo como pude equivocarme tanto.
Afortunadamente ya no se escribe en papel, lágrimas ardientes como la lava están quemando mis manos… mientras escribo esto, pienso en ti Vladimiro y en cómo pude enseñarte mi corazón, pero también mi oscuridad. Densa, inmensa y profunda como la muerte. La muerte es tan bella no crees? Los poetas siempre le escribieron los más bellos poemas…  y creo que yo también debo ser parte de ella.
Y ahora Vladimiro, olvida… olvidame.

1 comentario:

  1. La felicidad que no se halle en la vida, mucho menos se encontrará en la muerte.
    Nadie merece nuestro sacrificio. Y nadie vale más que uno mismo.

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